El ópalo y la visión

Tana se consuela mirando el ocaso. Dibujo del autor.

Primer y segundo capítulo de mi última novela La Ascensión (en progreso). Se trata de una exploración del alma humana a través de unas visiones sobre la vida de casada de una mujer llamada Julia. Busca ser un diálogo abierto entre el autor y el lector que los enfrenta al dolor pulsante de la oscuridad interior

1 El ópalo

No sé cómo ha caído este escrito en tus manos, pero sé que no va dirigido hacia ti. No te pertenece, lector, pero tampoco me pertenece a mí. Hay una fuerza más allá de mí, de nosotros: el recuerdo de seres amados, de lo que ha quedado atrás, lo que ahora sufro y pienso y, sobre todo, el miedo al mañana. Pero no soy yo, y no puedes ser tú, tampoco. Si pudiera abrir mi alma y mostrarte lo que ahora me propongo escribir, no tendría que perder tiempo con estas líneas. Sabrías de inmediato de qué van todas estas palabras que siguen a continuación y, si es el caso, te interesaría contemplar este crudo ópalo que quiero destellar. ¡Cuán desesperado me siento por ello! Quiero decirte “¡vete!”, con la esperanza de que te quedes conmigo, de que me acompañes. Pero eres uno más entre tantos que he invitado y que se han ido dejándome solo. Quizás seas tú, por fin, el diapasón que este raro mineral hará sonar dentro de mí. No lo sé. Aquí estás ahora, leyendo. Si me conoces, tal vez escucharas mi horrenda voz, e incluso puede que me imagines tecleando. Quizá no me conoces… no sé entonces cómo llegó esto a tus manos. Pero eso no importa, ya lo he dicho, no se trata de ti o de mí. Tampoco es sobre un tercero, no es un hecho que pretende ser real ni le interesa ser fantástico. Es solo que hay algo, un ópalo, que me ha cautivado con su colorido y cuando lo contemplo con dolor, apretando los dientes, es como si mi cerebro activara la región de las palabras. Pero no sólo palabras, también me llegan a la mente imágenes y sentimientos.  Es una experiencia completa y dolorosa. Es sólo eso. Es la vida, supongo. Pero, no es una vida que vivo en la calle o en compañía de alguien real, es una vida que llevo dentro de mí, aunque no es mía. Así como tampoco resulta que estoy solo, porque me sigues en esto. Me sigues, lector, aunque no te lo parezca: Escucho tu voz mientras te escribo.

He logrado acaparar tu atención, aunque sea por un párrafo. No quisiera hacerte perder tiempo, me encantaría ir al grano, abrir mi alma para que con tu luz ilumines este quiste opalescente que llevo por dentro. Si pudieras verlo ahora, entre la masa rojiza de carne y venas… Yo estoy haciendo un esfuerzo, como cuando mostramos las amígdalas con la bocota abierta diciendo “ah…”. Mira el esfuerzo que hago: las imágenes que concibo, las palabras, la extraña metáfora del ópalo. Si te vas con eso, si te detienes aquí, entonces ya te habrás llevado algo. Te lo agradezco. Espero que seas el primero de una legión de mineros que, creyendo saquear algo precioso, no harán otra cosa que desembarazarme de esta verruga multicolor que tengo clavada en el pecho. Intentaré no desviarme en cosas que quizá no puedas entender, o por lo menos haré el esfuerzo de explicarlas: Esto no es un monólogo. Tampoco es una historia (aunque hay una historia que contar). Estoy intentado mostrarte una visión. La visión de esta mujer que llamaré Julia y de su vida de casada con Jorge. Esa visión me llegó como un cuadro, una pintura, una escena, ciertas palabras y un sentimiento intenso. Y todo ello me da miedo. Me embarga el desasosiego y no puedo hacer otra cosa que rumiarlo. Ahora que estás leyéndome, quizá pueda desembarazarme de él. Pero, ¡cuánto dolor y cuanto miedo me causa!

Ya la escena primigenia está escrita, te lo digo, pero no es más que un párrafo torpemente concebido. También la tonalidad de la obra está ensayada, aunque no mucho, un par de páginas. Del resto, tanto tú como yo debemos hacer todo el trabajo. Mi tarea es hacer el esfuerzo, pero el tuyo es sostener cerca de mí tu luz. Tus ojos son dos luces que rasgando el papel o la pantalla van dejando ver los reflejos iridiscentes y fantasmales de mi corazón angustiado. Si lo iluminas muy fuerte, como yo lo he hecho, serás carcomido por un policromo carámbano y las sombras serán serenas. Pero de tu corazón y tus prejuicios te cuidas tú. Si tus ojos son ponientes, no le achaques melancolía a este cielo crepuscular. Más bien, regodéate en el intenso magenta de las nubes corridas por la convulsión de las alturas y en cómo contrastan con el cian de unos ojos posesos. Y si tus ojos me iluminan desde el cenit, no me achaques a mí la penetrante profundidad de las sombras. Te recomiendo que intentes moverte de un lado al otro con tu brillo: no podrás apreciar esto si lo vez desde un solo punto, debes tomar la piedra, si es posible, y girarla a través de tu luz. La literatura para mí ha sido siempre un tipo de arte cinético y cromático.  En fin, notando que aún estás conmigo te insistiré que no hago más que dejar caer las palabras que veo en el ópalo con tu luz reflejada.

Podrás pensar que decir estas cosas es todo lo contrario a mi intención manifiesta de ir al grano. No lo veo así. Necesito decirte estas cosas de esta forma. Es la forma de ser directo que se me ocurre ahora. Podría ser directo de otra manera, escribiendo una escena descarnada que introduzca a los personajes y sus idiosincrasias de manera sintética. Lo he hecho en otra ocasión, puede funcionar, pero ¿y si te vas antes? ¿Y si no llegas al final? Entonces prefiero hacer esto, intimar desde un principio. Decirte que no se trata de una historia, que hay algo más, cierto carácter inefable, lírico y simbólico en lo que hago. Y su valor está en ti, en cómo lo puedas entender. Yo soy un lector más, sólo que las palabras no las leo en la pantalla o el papel, sino dentro de mí y porque estás aquí, leyendo. Ni siquiera puedo decir que hago esto para matar el tiempo o para cautivarte, para llamar tu atención. Te prometo que no perderé el tiempo, haré que no sobre nada. Sólo quiero que la vida se haga más grande o más pequeña con estas palabras.

Como ya te he dicho, en su génesis, se trata de una visión, no un relato. Así que en lugar de comenzar con el desarrollo de los personajes te daré mi primera impresión del asunto. Espero que así te sea más fácil decidir si continuas leyendo o no. Por lo menos me gustaría que te lleves la visión original lo más detallada posible. Seré brevísimo, pues es una visión muy escueta. Y quizás esto sea todo entre nosotros.

2 La visión

Allí está Julia, la veo. No la veo de niña ni de anciana, sino más bien entre joven y adulta. ¡Siento tanto dolor al verla! No parece encajar nunca, en ninguna parte. Siempre se le ve incómoda, con una mueca, con una pose. Y su sombra, el otro matiz en este reflejo, el marido, Jorge, por él siento algo de desprecio; cuando lo veo me da rabia, pero lo compadezco, es decir, me da pena por él. Es más genérico, es el hombre. Ese hombre que llevamos todos los hombres por dentro y no es mucho más. Hay un dimorfismo sexual claro en esta imagen. En definitiva, la luz deslumbra más en la arista de ella que en él. Profundizaremos más en ello luego. Por ahora, baste entender que ella, la mujer, representa la insatisfacción y, por lo tanto, la búsqueda. En ese sentido, es ella la motivación. Él, por su parte, el hombre, representa la pasividad del tiempo ocupado, el dejar pasar. La vida de quién ocupa su tiempo es corta y ajena; así es él: corto y ajeno. Ella tiene tiempo libre, así que cada día hiere más que el anterior. El espacio de la escena parece reducido: un diminuto pero moderno departamento en el centro de la ciudad. Pero el escenario real es el mundo interior. ¿Conoces el mundo interior? Es vasto y ajeno. Cuando vemos una persona, al ver en sus ojos, es como si mirásemos directamente la llama de la vela, parece pequeña la llama, pero la llama se extiende allí donde esté su luz. Esta obra es sobre esa luz más allá de la llama y sobre las sombras movedizas que arroja.

Julia y Jorge no están juntos la mayor parte del tiempo. Ella en casa, él trabajando. Para el marido la vida está dividida en dos: el trabajo y la casa. En el fondo es como si tuviera dos empleos aburridos y rutinarios. Para ella la vida es una unidad, siempre idéntica a sí misma y desempleada. Qué angustiosa es la vida, sea como sea. Cuando miro dentro de mí y me azota esta imagen como si me empapase la cara con agua helada, me duele vivir. Los veo a ambos como dos hojas que han caído del árbol: un esclavo y una vagabunda. El marido es un visitante. No tiene realmente un lecho y una guarida, sino que ocupa el puesto que le asignaron en el trabajo y también en la casa. Ella no tiene nada en un comienzo, se sentirá ajena a todo, nada es de ella, todo es prestado. Pero luego se irá apropiando de ese escenario: su alma. Porque, cuando no poseemos nada, sucede la terrible desgracia de ser dueños de nosotros mismos.

Hasta ahora te preguntarás, ¿y qué es lo que tiene esta imagen de especial? ¿Acaso no es una imagen demasiado típica? Lo es, ciertamente. La verdad es que no tiene nada de especial. No pretendo nada original en lo absoluto con dicha imagen. En todo caso, aún no he entrado en el verdadero escenario del vivir del mundo interior. Apenas estás bosquejando esas dos velas que se iluminan mutuamente, pero cuyas llamas no pueden tocarse entre sí. Lo que se espera de una linda y apasionada historia de amor es que las llamas se junten y resplandezcan vibrantes. Eso no pasará. Pensarás que se trata entonces de una historia de amor triste, gris, mortecino. No, no es una historia de amor o desamor. Julia es una vela frágil que se consume. Mírale bien allí incómoda, sola y desocupada como la he retratado. La verás desparramarse triste, deformándose trémula hasta su extinción. He allí el dolor que siento. Porque ahora está brillando triste y femenina, aunque torpe, pero pronto dejará de iluminarnos, sólo quedaremos tú y yo… y el pobre infeliz de Jorge, pobre hombre. Nuestras almas son como las mechas de las velas. Se consumen al ritmo de la llama, de la vida. Pero no sólo la muerte las extingue. La imagen de Julia que quiero que te lleves, si es que estás por irte ya, es esa: la de una vela que se apagó antes de tiempo. La cera deformada es como una hermosa falda plegada a sus pies. ¡Qué hermosos colores tornasolados! Qué triste ver lo que pudo ser y no fue. Aún sigue allí de pie, pero no brilla más. El dolor que siento por Julia es el mismo que el que puedes sentir al conocer y jugar con un niño con cáncer. Lo ves sonreír y te parte el alma. Pero no sólo el maldito cáncer le arrebata la vida al inocente. Nosotros mismo desde adentro tiramos del enchufe. Esa es mi imagen de Julia, ese es mi dolor, el de algo bello que está sentenciado a morir sin poder consumirse por completo. Me consuelo pensando que el amanecer nunca es tan bello como el ocaso.

Sé que esto parece una mala historia ya muy repetida. Quiero deshacerme de una vez de una expectativa como esa. No trataremos aquí de una mujer talentosa cuyos dones son mutilados por un marido castrante y que termina por suicidarse, algo así. Esta no es una tragedia de muerte, o por lo menos de una muerte literal. Tampoco le imputaremos al marido responsabilidades que no puede tener. Esta es una exploración al mundo interior, a sus complejos movimientos pulsantes, a su caleidoscópica reverberación. Por eso digo que no es una historia, aunque hay una historia que contar, es más parecido a la música que a un reportaje amarillista. No quiero despertar tus sentidos, de eso te encargas tú, si es que tienes la energía y la compañía suficientes. No es un entretenimiento carnal, es más bien un entrenamiento espiritual.

En fin, allí tienes la imagen. Espero continuar así, asegurándome de que logramos algo juntos a cada paso que doy. Por ahora tenemos dos metáforas: el ópalo y la vela. Que feliz sería si, algún día, al apreciar algún suceso de tu vida, en tu mente apareciera la figura del ópalo iluminado por tu luz o que, al mirar a los ojos a alguien, recordaras la llama de una vela llamada Julia. Perdóname si insisto en esto, es que me pasa mucho que me abandonan antes de tiempo, la gente está ocupada, lo sé, tú tienes otras cosas que hacer y esto no es muy importante. Por eso es que, en lugar de presentar una historia lineal, he querido trazar una espiral; desde afuera, claro: nos iremos dirigiendo a las profundidades. ¿Alguna vez has sentido eso, que el vivir es una espiral que nos aparta de nosotros mismos y nos aísla del resto? ¿Qué forma tiene tu vida? Me gustaría saberlo. Quizá tiene la silueta de la cordillera o es un punto o es un círculo o es un triángulo, me gustaría saberlo. ¿Conoces el mundo interior y sus formas? Si no, quédate conmigo, hablemos un poco de eso.

L.M.V